Aritz Urtubi Matalaz
Miembro de Orreaga Nabar Estatu Pentsamendurako
El concepto de horizontalidad implica empoderamiento. Un pueblo incapaz de activar resortes de poder propios se convierte en una simple multitud teledirigida
La gran trampa que los poderes fácticos -no nos referimos en exclusiva a los ejércitos en este caso- consiguieron tender a las poblaciones de todos los hemisferios fue lograr colar ese falso dualismo derechas-izquierdas. Esta aceptación, fruto de una pseudo-ideología bien teledirigida e impuesta por quiénes suplantan el poder que debiese emanar del pueblo y ser conservado por este último, nos lleva a defender con cuerpo y alma la práctica de la verticalidad como modelo político, donde los pueblos, a resulta de ella, son meros objetos, cuya única función en esta vida es alimentar a las sanguijuelas que han logrado trepar a lo más alto de la pirámide y ser, los de abajo, privados de cualquier poder decisorio, sustituido por la representatividad de individuos que sólo se representan a sí mismos y a su entorno más inmediato.
Si bien algunos apuntarán y esgrimirán motivos para abrazar los ideales de la «derecha» y otros, los de la «izquierda», ninguno de ellos parece percatarse del hecho que el dedo con el que apuntan les impide ver la luna llena en una noche clara y despejada. La artimaña, derechas-izquierdas, es querer ocultarnos la esencia del verticalismo político del cual ambas «tendencias» participan activamente para mantener sus status en lo alto de esa pirámide, eligiendo los poderes reales, a veces a los unos y otras veces a los otros para «representarnos», visto que todos participan del negocio.
El mayor logro de este diseño ingeniosamente estructurado, publicitado e insertado en nuestro razonamiento tiene la «virtud» de que no seamos capaces de acceder a un paradigma político paralelo que desmontase por completo esa estructura de ingeniería social, que consigue invisibilizar el concepto de esa necesaria -nueva o no tan nueva- práctica política, visto que tal sendero no figura en ninguna hoja de ruta y, por tanto, lo inexistente no es factible.
Desde nuestro nacimiento, somos rehenes de un sistema que los adultos consideran el apropiado para la evolución del ser humano. Las taras con la que los adultos fuimos «educados» se las transmitimos como herencia existencial a nuestros recién nacidos. La curiosidad, ingeniosidad y sed de descubrimiento de una criatura que sale del vientre materno que irrumpe en otro mundo, aunque tuviese percepciones de él durante esos meses de gestación, se ven rápidamente coartadas en sus primeros meses con las primeras imposiciones, con los primeros noes, que abruptamente chocan con su intrínseca creatividad. Entran desde esa temprana edad en el paradigma de la verticalidad, donde perciben que seres adultos están para dirigirlos y les hacen sentir la necesidad de la obediencia por su bien y su seguridad. Como adultos, en general, no se nos ocurre ni por un momento invertir los roles en el sentido de que esas criaturas, por medio de su desarrollo creativo, nos puedan marcar pautas en la vida, que no habíamos reparado y que aun siendo seres inexperimentados pero con una tremenda sed de experimentar, se debiese establecer una relación de reciprocidad entendida como una retroalimentación positiva en la cual ambas partes ponen a disposición de la otra, de manera natural, su creatividad que permita esa consolidación humana donde ambos se sientan parte concernida, actores y sujetos de acciones enriquecedoras que fomenten la bilateralidad, la determinación de las ideas, el respeto, el amor y la diversificación en la elección concerniente la toma de decisiones conjuntas en aspectos que pudiesen parecer anodinos pero que no lo son.
A esas criaturas se les abre luego un campo de vivencias conectadas con el exterior y la irrupción de nuevos actores ajenos al núcleo familiar propiamente dicho y su bautismo en sociedad. Su atracción se verá naturalmente dirigida hacia los seres de su misma edad y no necesariamente de su misma condición, donde empezarán a desarrollar sus primeras inter acciones sociales. Esta nueva experiencia libertadora y colectiva -identifican cuál es su colectivo por similitud- será condicionada por la actitud de los mayores que estarán a cargo de todos ellos. Esa carga encierra una contradicción entre las obligaciones a las que está sujeto el personal docente y la percepción que deriva del espontaneísmo y naturalidad del ser en proceso de crecimiento. Este último se adentra de ahí en adelante en el paradigma del verticalismo que nunca más lo abandonará y se enfrentará con el paso del tiempo a un mundo que le podría ofrecer «oportunidades», siempre y cuando haya aceptado que triunfar socialmente es saber escalar la pirámide, cuanto más arriba mejor e interiorizar que los desniveles sociales son intrínsecamente ligados a la inteligencia racional del ser humano que son cualitativamente y cuantitativamente más productivos que el uso y el enfoque que pueda complementar la inteligencia emocional. Evitar un equilibrio entre ambas inteligencias es desestabilizar lo colectivo para encerrarnos, cuanto más mejor, en el individualismo.
Sin ir muy lejos en el tiempo y retornando al mundo «adulto», tenemos el claro ejemplo de cómo gran parte de las poblaciones a nivel planetario, se dividieron y enfrentaron encuadrándose parte de ellas en el ideal del capitalismo y la otras, en el ideal del comunismo, sin entrar en este artículo, en las variantes internas de esos supuestos polos. El verticalismo salió indemne de esta falsa disyuntiva en la que se adentraron los defensores de las dos opciones aparentemente diferenciadas cuando factualmente, ambas responden a los mismos criterios e intereses en cuanto a control de las poblaciones, la profesionalización de la corrupción, la anulación del empoderamiento de las bases populares, la creación de clases dirigentes y por lo tanto sociales, la imposición del totalitarismo, el establecimiento de los Estados plutocráticos, el control de los medios de «comunicación», la monitorización de la enseñanza para perpetuar este estado de causas y efectos, la imposición de sistemas económicos y de producción que repercutan siempre favorablemente a los instalados en la cima de la cúspide y podríamos seguir así hasta completar una enciclopedia.
No hay más que ver como todos los espacios desinformativos al que somos sometidos, en nuestro caso, los ciudadanos nabarros, por parte del imperialismo franco-español, nos distraen con los inocuos enfrentamientos dialecticos entre «polarizados» figurantes de derechas e izquierdas, todos ellos auténticos vividores a costa del sufrimiento y la pobreza galopante en todos los órdenes, de las cuales somos víctimas la población en este terrorífico mundo orwelliano al que nos están conduciendo todos ellos, a cambio de tener sus sitios reservados en el club de los seres superiores y dejar tirados en la inmundicia a los que consideran que nada ya se puede hacer por ellos. Su cínico silencio ante semejante bajeza es aterrador, como buenos cómplices y responsables directos que son de la situación hoy existente, que tiene visos de empeorar de manera acelerada para los que somos considerados poco más que un sobrante para el ojo que lo controla todo desde lo alto de la pirámide. Es así como nos entretienen con temas periféricos con el propósito de alejarnos de la centralidad política que se dirime por desgracia, en estos momentos, en un ámbito muy peligroso que nos conduce directamente a un liberticidio exacerbado que supone una losa suplementaria a la que ya está sufriendo un pueblo invadido y ocupado por dos potencias imperialistas.
El concepto de horizontalidad implica empoderamiento. Un pueblo incapaz de activar resortes de poder propios se convierte en una simple multitud teledirigida.
Horizontalidad es creatividad, espíritu de asociación, modestia, respetar y valorar al prójimo, tratar y ser tratado como seres humanos, transmitir cultura fundada en la libertad plena, es igualdad, es fomentar colectivamente oportunidades, es no violar principios humanos, es unidad, es transversalidad en la toma y ejecución de decisiones, es emanciparnos por nosotros mismos, es sumar, es cortar el paso a los arribistas, es poner coto a la pobreza ideológica y material, es respetar y gozar de la naturaleza, es no infundir miedos, es no ser vasallos de una minoría crapulosa, es pensar y expresarse por uno mismo y no que piensen por ti y te marquen tu conducta a seguir. Es autoestima, justicia e independencia.
Una reflexión recurrente expresa que «sólo los genios son capaces de gestionar el caos, el orden es para los idiotas».
Donde pone genios, nosotros entendemos pueblos. Donde pone caos, nosotros entendemos libre disposición de los pueblos. Donde pone orden, nosotros entendemos miedo, amenaza e imposición. Donde pone idiotas, nosotros entendemos víctimas.
Sustituir el criminal sistema vertical por el beneficioso sistema horizontal es la tarea pendiente que los pueblos tenemos por delante. No nos queda otra.
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