La estatalidad ninguneada

Nahikari Sorozabal

Orreaga Nabar Estatua Pentsamendurako kidea

Son tiempos de rearme ideológico. Darle la vuelta a esta situación pasa ineludiblemente por esforzarnos en resetear el formato político en el que nos hemos movido.

Mientras hemos visto en estos últimos años aflorar nuevos Estados en los cuatro puntos cardinales del planeta, nosotros, los vascos de nacionalidad nabarra, punta de lanza de la lucha por el mantenimiento de la liberación nacional durante siglos, nos hemos quedado como fosilizados en esa cuenta atrás que se ha iniciado en el despertar de naciones que han ido recuperando su soberanía en algunos casos y que están a punto de recuperarla en otros.

¿A qué se debe esa inacción y perdida progresiva de la determinación de todo un pueblo? ¿Cómo un pueblo que estaba en el primer lugar de la lista de los pueblos llamados a recuperar su soberanía por la vía de los hechos y reintegrarse como ente soberano, desaparece de dicho listado, no dejando rastro y no siendo hoy en día tenido en cuenta por nadie?

El fair play con el ocupante, el acomodo y colaboracionismo dentro de sus instituciones, el despreciar y rechazar el enorme caudal político que atesora nuestro pueblo fruto de su reciente pasado político (824-1620), la falta de una clase política apta para conducir un proceso de emancipación, la inefable cultura política del falso pactismo, la penetración ideológica del social-imperialismo en el pensamiento del sujeto ocupado y colonizado y la desactivación de la autoestima política de todo un pueblo auspiciada por sus propios líderes, han contribuido a que este haya sido poco a poco recuperado por el imperialismo ocupante, progresivamente asimilado por este último y a las puertas de ser definitivamente integrado dentro de su estructura para pasar a ser triturado, desintegrado y engullido por el depredador.

Son tiempos de rearme ideológico. Darle la vuelta a esta situación pasa ineludiblemente por esforzarnos en resetear el formato político en el que nos hemos movido fruto del escenario que, tanto los imperialistas como los acomodados colaboracionistas locales, se han empeñado en colocarnos en nuestro alrededor para que lo asumiésemos como algo natural, y de esa manera, conducirnos a una muerte lenta.

Ese escenario, donde se nos ha ocultado que todos los territorios que conforman Euskal Herria –no nos referimos al reducido y acomplejado zazpiak bat– estaban bajo legislación propia, conformaban y siguen conformando el estado europeo de Nabarra, el único Estado que hemos poseído y poseemos los vascos y en el único marco que hemos podido y que podremos ejercer como pueblo soberano.

Esa es la situación, la historia de un pueblo que nos ha sido ocultada y silenciada. Tomar consciencia de ello y asumirla como hecho político consumado e imprescriptible cambia de golpe tanto la percepción de los acontecimientos, así como las posibles vías de solución a nuestro primer problema social que no es otro que nuestro problema nacional.

La diferencia que existe entre el planteamiento de aspirar, como nación sin Estado, a la estatalidad, a la de actuar como miembros de un Estado ocupado con el objetivo político de reimplantar la legalidad para dar continuidad a nuestro Estado, es brutal.

¿Si la invasión, genocidio y ocupación de nuestro Estado se hubiese producido en el año 2018, alguien reclamaría el derecho a decidir «libremente»nuestro presente, ante dicha situación?
¿Acudiríamos en masa hoy, seis años después de la invasión, a las urnas instaladas por el invasor para legitimar mediante sus votaciones la ocupación y su presencia en nuestros territorios?

¿Aceptaríamos tener un pseudo-parlamento y un pseudogobierno bajo gobernanza absoluta de los ocupantes?

¿Nuestra lengua (ver lenguas), sistema educativo y expresión política se encontrarían en la actual situación de extinción?

Nuestro ente estatal ha sido invadido, arrasado, ocupado y desactivado en la última embestida realizada por tres potencias imperialistas –El Vaticano incluido– hace ahora 402 años, en 1620.

¿Eso significa que debemos renunciar a la reactivación de nuestro Estado con el objetivo de darle continuidad?

¿Significa que debamos renegar de nuestro Estado?

Evidentemente que no. Lo que significa es que el imperialismo, con la inestimable ayuda de los colaboradores indígenas, nos han ocultado esta realidad que está de nuevo saliendo a flote y que cada vez más miembros de nuestro pueblo no salen de su asombro según van conociendo, a cuenta gotas, los datos que emergen a la superficie y que por consiguiente, todo ello debería reflejar un nuevo enfoque en la comprensión de la raíz de la actual falta de soberanía y libertad que como pueblo padecemos y nos conduzca a una regeneración de la política en este país, que durante cuatro siglos ha ido en decrépito hasta llegar al umbral de la subpolítica.

Intentos de transmitir lo aquí expuesto, los hubo durante nuestra historia reciente, no cosecharon los resultados deseados, pero dejaron una semilla que hoy encarnamos y que no tenemos dudas, se van a ir multiplicando porque somos raíz, sabemos de donde brotamos y cuál es la tierra que nos vio nacer y a la que nos debemos.

Ya que hemos mencionado a gentes que se dedicaron a dejarnos su legado político, nombraremos a uno de ellos, que, impactado por la inoperancia de la clase política del momento, se sumergió en la historia de nuestro pueblo para revertirla en un activo político, y acabaremos este escrito con una cita suya como la mejor ayuda para concluir.

Se trata de Anacleto Ortueta Azkuenaga, nacido en el barrio de Olabeaga de la ciudad nabarra de Bilbo en 1877 y que nos dejó este mensaje para la posteridad: «Santxo III el Mayor eligió sabiamente las fronteras del Estado Vasco, pues los límites que dio a Nabarra fueron los geográficos naturales. Es el genio tutelar de la nacionalidad vasca. Gracias a él vivimos como pueblo»