Se puede y se debe

Aritz Urtubi Matalaz

Orreaga Nabar Estatu Pentsamendurako kidea

No estamos haciendo un ejercicio de alarmismo ni de tremendismo, si un pueblo pierde toda posibilidad de volver a ser un sujeto político, ello equivale a su desaparición como pueblo que fue y ya no es.

La Corte Internacional de Justicia, máxima instancia judicial de Naciones Unidas con sede en La Haya, avaló la declaración unilateral de independencia de Kosovo proclamada por su gobierno provisional el 17 de febrero de 2008, dictaminando que es conforme al derecho internacional. El fallo hecho público no deja duda alguna al respecto: «Ninguna ley internacional prohíbe a Kosovo declarar su independencia puesto que no hay norma en el derecho internacional que sancione las declaraciones de independencia«.

Es simplemente entender el significado del derecho de libre disposición de los pueblos. Ese derecho no es otra cosa que el ejercicio de la independencia inmediata y sin condiciones.

La clase política de este país, junto a los medios de desinformación masiva que actúan de altavoces y predicadores de las consignas del imperialismo, nos han hecho creer y han conseguido que interioricemos que la independencia es un hecho que acontece a posteriori del derecho a la libre disposición de los pueblos, cuando en realidad, la constituye. La libre disposición disociada de la independencia es un absurdo en sí mismo. Evidentemente, un país ocupado con su población sometida a los dictados del ocupante, con sus instituciones estatales propias secuestradas y forzado a ser dependiente, no puede en ningún caso ejercer en base a la voluntad libremente expresada. La voluntad libremente expresada sólo cabe en un régimen de absoluta libertad y soberanía plena. La retirada de las fuerzas de ocupación y de todos sus servicios auxiliares de nuestros territorios es el punto de partida y condición innegociable para reinstitucionalizar nuestro poder político y dar continuidad a nuestro ente estatal, el Estado vasco de Nabarra.

Al ser el derecho, como tal, la determinación del comportamiento por medio del monopolio de la violencia, un pueblo que quiera ejercitar sus derechos a, deberá primero auto-institucionalizar el poder que emane de él. Auto-determinarse. No con declaraciones de intenciones, ni con demandas «justas«, ni con referendos por medio de urnas ilegales instaladas y controladas por los ocupantes, con el censo «electoral» impuesto por las fuerzas de ocupación, sino con la convocatoria propia de un referéndum que plebiscite o no el proceso constituyente de su Estado propio, es decir, ejerciendo sin pedir permiso a nadie que no sea a su propio pueblo.

El derecho de autodeterminación equivale al ejercicio práctico de la independencia. Todo derecho es política, aunque no toda política es derecho. Lo mismo sucede con el uso de la fuerza, su carácter no es necesariamente político sino sólo el uso de la fuerza organizada, duradera y socialmente estructurada puede ser considerado político: el monopolio de la violencia, sustentado sobre la base de la necesaria legitimidad popular –activa o pasiva– siempre recae en manos de grupos humanos que han logrado constituirse en Estados.

En contra de lo que nos quieren hacer pensar, el ejemplo de Kosovo desmonta todo el discurso de las potencias imperialistas, donde amenazantemente nos advierten que, al no existir pueblo vasco, difícilmente pudiese tomar decisiones, y menos aplicarlas, desde un prisma político propio, sino que éstas deben estar sujetas al dictado de todos los que se dicen naturales de la España, una, grande y libre, en uno de los casos o naturales de la liberté, égalité, fraternité que dice encarnar el Estado francés de Macronistan por otro, y por lo tanto, ambos serían los sujetos legitimados, cuando en realidad el imperialismo no es ni una cosa ni la otra. Son fuerzas de ocupación extranjeras apoyadas por toda una legión de colonos.

Se produce una flagrante contradicción en cuanto niegan la existencia misma del pueblo vasco o catalán y a la vez, proclaman que ni la «sociedad» vasca ni catalana tienen derecho a ejercer desde la unilateralidad. Es una contradicción que respecto a nosotros nunca podrán solventar visto que somos conscientes de que no tienen nada que ver con nosotros, no conformamos, junto al imperialismo, un mismo pueblo, son extranjeros en nuestras tierras y pertenecen a Estados que no son el nuestro.

Los pueblos soberanos y los que aspiran a ello no entienden otra cosa que no sea la unilateralidad a la hora de tomar decisiones e intentar ponerlas en práctica, como bien lo hemos podido comprobar en Catalunya, que en cuanto el pueblo vio que sus líderes habían dado un salto cualitativo, desplegando sus acciones desde la unilateralidad, éste salió a la calle a defenderse del imperialismo haciéndolo retroceder y derrotando a este último el 1 de octubre de 2017, cuando tuvo que retirarse en una clara demostración de fuerza que dejó asentado quién tenía el control efectivo del territorio. Urnas y papeletas fueron un simple instrumento, políticamente secundario, ya que ese día el pueblo catalán impuso en la calle la estatalidad propia enfrentándose al imperialismo y tejiendo una red asociativa popular organizada desde todos sus extractos sociales, que desbordó y dejó fuera de juego tanto a los ocupantes como a sus propios «líderes».

Los pueblos que aspiran a su libertad sólo se movilizan por objetivos serios y bajo premisas realistas. En el caso catalán, una clase política que sorprendió –ver engañó– en un primer instante, se reveló totalmente inepta –¿de manera calculada?– para el ejercicio de la política en cuanto no supo –o no quiso– calibrar la fuerza y los medios que disponía y tampoco supo –o no quiso– definir, ni tan siquiera creerse, los fines a los cuales aspiran su propio pueblo. En un giro copernicano de 180º pasaron de la unilateralidad al absurdo, bajo el eufemismo de la «bilateralidad». Consideraron que su pueblo no era aún mayor de edad y decidieron voluntariamente, «librar la batalla» en el terreno donde el enemigo demuestra su superioridad y lo resucitaron de la nada. En la realidad política los caminos bilaterales, en una posición de clara desventaja, no conducen a la independencia sino al retorno a la casilla de salida, donde los que detentan el monopolio de la violencia impondrán siempre de manera unilateral su autoridad y poder. Renunciar a la unilateralidad frente a la ocupación equivale, ni más ni menos, a renunciar a la independencia. Ese monopolio de la fuerza estuvo en manos del pueblo catalán durante tres días hasta que sus líderes mostraron su verdadero rostro, como buenos apéndices del imperialismo y «lograron» desactivar la independencia lograda a pie de calle.

Soberanía y unilateralidad son las dos caras de la misma moneda. Si aspiramos a la soberanía plena: ¿Cómo disociarla de una actuación propia? ¿Cómo se puede ser soberano sin ejercer soberanamente?

Lo que diferencia a los pueblos libres, dignos y autodeterminados de los pueblos sometidos, débiles y aterrorizados, es su determinación a no ser avasallados por nadie y dirigir sus destinos con sus propios recursos, sin pedir permiso a nadie.

Las decisiones que se toman de manera colectiva crean al colectivo, que, si es capaz de llevarlas a la práctica, lo convierte en sujeto político. Un sujeto político toma decisiones y actúa de forma unilateral, independientemente de su grado de acierto o desacierto en sus actuaciones. Es del todo irreal pensar que un sujeto se pueda someter al control de otro sujeto para la toma de decisiones, en cual caso dejaría de facto de ser sujeto, para convertirse en objeto.

Esto mismo es lo que proponen los defensores de la bilateralidad. Haciéndonos creer que estamos faltos de recursos propios y que no disponemos de poder alguno, plantean una fase de auto-sumisión «necesaria» por mor de las «circunstancias«, donde se activaría la bilateralidad con quienes nos tienen sometidos, con el «propósito» de mantener los recursos de toda índole que estos últimos les otorgan, y a la vez, aprovecharlos, según ellos, para reforzar a nivel interno (de país) una supuesta futura ofensiva –que nunca se pone en marcha– que nos situase a la puertas de la liberación nacional, frente a quienes controlan, deciden y rigen el destino de un pueblo dependiente.

Es «creerse» –y hacérselo creer a los demás– que el enemigo nos va a proveer de herramientas que lo puedan erosionar y debilitar. Siendo el imperialismo violencia y totalitarismo, sostener la validez del diálogo con semejante ente es de facto negar la realidad y existencia misma de este último, para poder así justificar semejante aberración política.

A eso lo llaman realismo político, envuelto de ética de responsabilidad, sentenciando que cualquier otro camino es convicción pasional que antepone el deseo a la realidad. Pues bien, nosotros, a todo esto lo llamamos charlatanismo político, no exento de colaboracionismo.

Es renunciar a la libertad, fruto de esa carencia ideológica que anula cualquier planteamiento estratégico y donde los preceptos del imperialismo son los únicos que son considerados como válidos y consecuencia de ello, se suman al unísono con la versión de los ocupantes, negando e incluso ridiculizando, entre otras cosas, la realidad misma de su Estado propio, arrogándose el sentir y la voluntad de un pueblo al que no consideran apto para emprender el camino de la emancipación porque en realidad no creen en ella. Su temor al poder establecido bajo el terror, además de su bajísima auto estima política junto a su nula capacidad estratégica, los convierten en todo un obstáculo que obtura cualquier intento de planteamiento estratégico que nos permitiese reagrupar las fuerzas vivas de este país. Con estos mimbres, la voluntad libremente expresada y la libre disposición de su propio pueblo deberá esperar otros cuatrocientos años por venir.

La bilateralidad se ejerce de tú a tú, entre entes estatales soberanos. No es nuestro caso, por ahora.

«Nuestros líderes» no parecen aún haberse dado cuenta –o son perfectamente conscientes de ello– de que el imperialismo se mofa de lo que ellos llaman bilateralidad, conscientes como lo son los imperialistas, de que sólo existe unilateralidad, la derivada de su poder político.

Como tampoco parecen darse cuenta que el objetivo último del imperialismo no es el control y mantenimiento de la ocupación, sino despojar de todo atributo político al pueblo ocupado y sometido con el fin de que no pueda tener la más mínima posibilidad de volver a ser un sujeto político, es decir, diluir los rasgos de ese pueblo por medio de todos los instrumentos que tienen a su alcance, hasta desintegrarlo definitivamente.

No estamos haciendo un ejercicio de alarmismo ni de tremendismo, si un pueblo pierde toda posibilidad de volver a ser un sujeto político, ello equivale a su desaparición como pueblo que fue y ya no es.

Sobre sus tierras viviría y residiría un engendro exógeno al país, a su cultura, a su idioma, a su ser y estar, diseñado por las fuerzas ocupantes y si acaso algún conato de resistencia hubiese sobrevivido a esta suplantación, quizás aislarían a sus miembros en alguna reserva. Ejemplos de estos los hemos visto a lo largo de la historia de los pueblos… desaparecidos.